martes, 24 de enero de 2012

CUMBIA LOCA


A cuento de qué un cuento, si lo que quisiera es bailar, no estar contando; bailando debajo de la lluvia, la cara en alto hacia la lluvia de gotas grandes como palomas muertas.

Hay un perfume propiciador en los deseos, como si prepararan el espíritu para que lo deseado sucediera. Todo está en el pulso de quien debería tomarlos del ala y llevarlos a cabo; no siempre es obra de la casualidad, me refiero a la concreción maravillosa de lo que queremos; sin contar con que, en general, no sabemos lo que queremos. Pero cuando bailamos, cuando bailo, es deseo, llamada amorosa y cumplimiento al mismo tiempo; plumilla tornasolada en un chorro luminoso que tiembla y se va abriendo de esa forma extraña y conmovedora en que una dalia se abre, llevada por la música que acaso ni siquiera sueña; una musiquita que le viene de las venas, de la musculatura eléctrica del aire.

Animado por la inconstante cumbia pulmonar, y en lugar de andar contando me voy por ahí, hasta que encuentro un bolichín del que sale música y está tan lleno que hay gente bailando en la vereda. Me clavo un vinito con hielo en la barra, observo con una sonrisa sobradora a todos esos cuerpos transpirados; qué suerte que no estoy contando, digo, creo que en voz alta, la cumbita borra mi sonrisa mala y hace crecer la nueva, sube por mi pierna y se instala en todo el cuerpo; el cubito choca contra los lados del vaso, flotando en ese líquido como sangre del agua. Me tomo unos cuantos, ya tengo un par de cartones en las arterias, estoy entonado, contento, bobón; ya tengo una piba entre ojos; creo que baila sola y de sólo verla toda mi biografía reacciona; cada célula del cuerpo es una flecha imantada hacia ese norte giratorio que mueve la pollerita a lunares como para resucitar un muerto.

Me siento en una edad estupenda para el amor, y el vino, y la cumbia y ella no pueden ser otra cosa. Dejo el vaso, ojala que en la barra, y me acerco moviendo un poquito los hombros en un conato de baile; ella, poco a poco se acomoda hacia mí, el pelo suelto y largo, apenas ondulado, subido a las corrientes encontradas del aire, levantado por la fuerza centrífuga de los cuerpos que andan, como piezas de un mecanismo interconectadas por correas impalpables; revoleado como aspas abiertas, en la música que hace retemblar el suelo.

Sonreímos y yo ya bailo, abiertamente, o lo que me deja el espacio que viene quedando; no me importa si lo hago bien o mal, sí que imantado. Los ojos de la morocha prometen trampolines venéreos sobre camas y otras músicas, a cuatro manos, rodamientos interminables en los aceites regalados por los cuerpos confundidos y enervados.

Ya bailamos abrazados, y la cumbia suena asordinada, como si viniera de otras cámaras en el palacio de nuestras mentes reenfocadas; nos decimos cosas al oído, únicos sonidos que llegan hasta el lugar donde estamos, únicas palabras que aciertan siempre; siento el avance de los hilos del oro bajo dos o tres capas de mi piel erizada y mágica.

No queda sino salir a la calle, al viento que impacta sobre la fiebre que llevamos. Creo que no quiere ir a casa, tampoco veo que lleguemos; entramos en uno de esos hoteluchos de mala muerte y sexo espontáneo, que abundan junto a las bailantas. El cuarto es un cuarto, qué importa. La beso y no tiene gusto a nada, vuelvo a besarla y tampoco, casi que el único sabor es el de la propia saliva que dejé en su boca. La alejo un poco para mirarla, es absolutamente deseable, pero un anticlímax se introdujo en la escena como un baldazo de agua. La acaricio, sus tetas son un milagro de armonía, delicadeza y diseño, pero no pasa nada, mi cuerpo no la desea. Intento cumplir lo mismo para no dejarla descontenta. Pero no puedo, no quiero, se me revuelve el estómago: China linda, le digo, no sé qué me pasa, pero no quiero, no puedo, me quiero matar porque sos preciosa, pero no puedo. Estoy pensando en otra cosa, y entro en la, a veces, tirana dimensión de contarlo; estoy pensando en otra persona, y nadie que no sea es suficiente, no puedo, disculpame negrita milagrosa.

Entran dos muchachos, uno la saca de los pelos y otro me da una paliza inolvidable, te equivocaste, nene, me dice, y me sigue dando; yo recibo los golpes casi con alegría, eso sí lo siento, eso puedo sentirlo, no me defiendo, recibo cada golpe envolviendo el puño con mi carne magullada, cardenales de dolor, camalotes de hipodérmica sangre; pero qué me importa a mí, mientras me deje, este guacho, de vida un alambre, voy a sonreír por aquella en la que pienso, voy a seguir pensando en ella, esa ocupación favorita de mi mente, y voy a llamarla, cuando salga de acá voy a marcar ese número indeleble, llamarla, y cicatrizar todas estas heridas profundas pero superficiales, con esa voz que nace de adentro como un tsunami. Voy, nena, estoy yendo, me faltan unos dientes en el comedor, pero estoy intacto, voy, voy, voy, ¿no me ves llegando?...

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