Hoy, yirando por el barrio como decía, nos decidimos a intentar el rescate de las princesas magnolias en lo alto de las torres a que estaban sujetas, dando señales visuales en la noche y odorosas a toda hora, desde hacía sus buenas semanas; trepé el alambre de la fábrica de la Av. Piedrabuena al fondo, y corté sus tallos gruesos y quebradizos como alas de mariposas mutantes.
No las cerradas que queríamos, pero si un tesoro venido de alturas imposibles: lo supimos por los codiciosos y enamorados ojos que nos seguían cuando pasabamos, dejando con su ruloso pubis de estatua, una estela de limones, esas eran gentes pedestres, y nosotros, apenas angeles primerizos, rampantes.
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