viernes, 17 de diciembre de 2010

PROSAS APOTROPAICAS

I
Más tarde ese mismo día el gaucho renegado Lorenzo Bolastristes pidió, cosa de saciar su sed, cualesquiera sea de tomar. La Pulpera de Sta Lucía sacó de entre sus enaguas un pequeño y enroñado dedal rebosante de sus aguas-"Aquí tiene compadre"- mandàndolo a la de su madre para sus adentros. Lorenzo era de cairle torcido a la gente/ para esos imponderables le sobraba cuchillo en los pantalones/ cuando cuadraba era cobarde y sólo entonces mariconear evitaba trances mayores, pensaba, como cobrarse la vida de un crestiano a ojos de toda la gente/ ese infinito estorbo de los testigos, esas cosas que hacen bulto en medio de la ilusiones/tal era el caso de La Pulpera, entre su sed y los alcoholes/ pero conociendo de sobra la chaucha íntima de sus intensiones/ y la calaña aún más íntima de los destilados que le ofertaba/ apuró de un trago la bebida caliente y golpeando el dedal en el estaño derrobló la apuesta-"¡Otra, vieja Urraca, a ver si sos tan guapa!"- le dijo nomás con lo jojos y no hizo falta otra cosa para teledirigir a voluntá el cair de sus micciones. Se acomodó entretanto la verija/ solía tener cáida a la izquierda/ como una media agua en mentirosa escuadra y pa´ sentarse le amolestaba. La mano de La Pulpera saliendo de los bajos de sus rasgadas vestiduras se la había espabilado/ aunque de natural un poco zonza/ remoloneante/ morronga, podía adjudicar su actual tumescencia a la hormonas femeninas anejas al trago.
Se enjugó la barbas ralas/ sopratutto las comisuras de la boca/ apenas una linea roja que transmitía concupiscencia a varias leguas de distancia. Estrenó una mueca monstruosa/ que habría querido ser una sonrisa a medias/ mientras venía del desierto/ pero no hubo espéculo donde constatarla, menos con el culo a cuatro manos, juyendo de la autoridá-("La carcajada de lo visible multiplicada en los charcos"-Pierre Michón-)- Así que la largó ahí nomás en seco, el estreno de su mueca inhumana, horrenda, como de insecto. Los parroquianos, La Pulpera, todos, quedaron helados, de una pieza como dicen los cascotes de la lengua. Él tenía todavía en la cabeza, bailandole una contradanza, la imágen del desierto/ legua tras legua/ no había llovido en mil años/ los extraños poliedros de tierra seca daban a esa zona la pinta de ser un enorme animal fósil arrojado allí sin conciento. Pero enseguida Bolas ya estaba en otros tratos con su mente, y pensaba con seriedad- quiero decir que iba a hacerlo- en pasarse a La Pulpera por la sierra/ venía largo arreglándoselas con el upite de las mulitas que desorbitaban lo jojo como en medio de una epifanía de anatomía con-parada. Sin ánimos de contrariar/ porque lo otro que había en el boliche eran puros tapes perdidos que dejaban mucho que desiar/ amás de que ya había visitado, en tiempos de seca, esos cardales de inafeitable nobleza, esas caras faquirescas
como guante de acariñar caballos/ pero no habían sido tantas ni la necesidá ni la ocación y no había visitado esos fondeaderos dende entonces/ la rivera polaca allá en Buenos Aires/ y ahí estaba La Pulpera para no dejarlo/ para darse en sacrificio. Sólo esperaba poder desfogarse antes de que viniera a prepiarlo uno de esos logis que núnca faltan/ obligándolo a desnudar la lata y hacerle más hojaldres en el cuero que una torta milhojas. Cierta perdida vez, había hundido la chota en uno de esos agujeros de sangre en el costado del defunto/ y sentido gratitud hacia la tibieza humana del sebo que acompasadamente se escondía y se mostraba, pensando en desorejadas de otros años mejores que ese, más prósperos que la miseria que le andaba siquiendo el rastro/ para despertar cundido por el relámpago del huso astillado que se le había hincado en la pitufresa, la glándula.
Afuera menudeaban las moscas, abombadas por el desmedido sol de la siesta, y detentando la humedad en lo jojo de los matungos babeantes de anestésia que se defendían como podían con sus hermosas pestañas sarracénas o contando con que los tábanos cayeran en la encerada corola carnívora de sus grandes orejas fastidiadas. Andaban sueltos- es un decir "andaban", quiero significar que podían huir si quisieran-sic- pero estaban mesmerisados a la desidia -ande rascarse-de sus palenques. Bolastristes sintió la respiración trabajosa/ el concomerle la espalda/ soño con caudales de agua-/("Agua risueña y dulce de las fuentes"-Quevedo-)/-de vino caliente, de uva chinche, con soda/de meo de Dueña.
Lo que Desiara le sería negado/ estaba escrito en alguna parte/así que no quedaba más otra cosa que tomarlo con violencia.

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