miércoles, 7 de diciembre de 2011

LA NARIZ DE EUGENIA NAVARRO


Qué problema tenés con tu nariz, Eugenia, perdoná que te pregunte, pero qué te perturba tanto. Si fue verla y quedar prendado de su belleza eminente, sobreexpuesta; no te preocupes que no voy a meter a Quevedo en esto. Pero un poco me ofende que quieras tocarla, operarte. Es un crimen contra la belleza, contra mi devoción, si querés, y hablo de ella como de un ente autárquico porque vos la ves como un alien pegado a tu cara, un estropicio de carne. Es tu divisa, Eugenia, tu aerolínea de bandera, desde lejos se te conoce por ella; qué lavada, qué desierta imagino tu cara si tronchás su cornamenta, el palo mayor con todas las velas inflamadas.

Vos te dormías, te lo cuento porque ya no tiene importancia y quizá te sirva, y yo me quedaba un rato, apoyado en un codo mirando esa estatuilla viviente, pulimentada, el aire que elevaba tu cuerpo brevemente, que regaba tu sangre, entraba y salía por esa chimenea apenas siseando, alegremente, como por toboganes. En un arrebato de veneración llegué a besarla con suavidad, como a un pájaro que duerme. Cuán enloquecidos tendrás los espejos, Eugenia, cuán centrífuga tu cara, que nada de todo ello se resuelve.

Siempre renegaste de tu apéndice, no creas que no me acuerdo de las señales que dabas, pero nunca creí que llegaras a tanto. Rogá que no me entere quién es el cirujano que osó imaginar nomás privar al mundo de aquella usina de entusiasmo, qué no lo muela a palos rogá, sería un gusto caer preso por ese acto heroico.

Carretel dorado, Eugenia, tu recuerdo, entreverando su fina hebra en la cerrada trama del relato del aire, el tesoro que sin saberlo respiramos.

Está bien que era difícil besarte sin sacarse un ojo, pero no soy yo el que se queja, tu nariz me daba la sensación de estar todo en orden; qué quedaría del mundo que construí alrededor de ese concepto si volaras de su epicentro el campanario de las celebraciones dobles.

Juro que me gustaría burlarme de tu nariz, de tu obsesión por que desapareciera del plato talvez demasiado playo de tu cara, pero no puedo, la sola mención de esa posibilidad deconstruye mi mundo; y sin tu nariz ya no sería dable entenderlo, qué es esta mesa, qué es esta silla infinitamente incómoda en que me siento, qué es este cielo, la promesa de sol en las puntas de las hojas del mburucuyá de la ventana, qué soy yo en definitiva, Eugenia, qué carajo vengo siendo, y qué injerencia tengo en estas horas que pasan como dientes de sierra sobre mi cuello; tu nariz, no te rías, lo único que te pido es que no te rías de mí mientras lees esto, es el sol secreto de nuestro universo olvidado, el soterrado sol que me alumbra desde el fondo.

Quizá ahora mismo estés flotando en una nube de sopor mientras tu cuerpo, sobre una cama de latón, es sajado, como un rey chino, por los especialistas, profanado su objeto sagrado como una momia egipcia por los buitres de los museos.

Quisiera morir mientras duermo a despertar en un mundo sin tu nariz y verte pasar, algún día, con la cara inexpresiva y triste como una playa de estacionamiento vacía. Me gustaría tomar con una pinza, como a un insecto carnívoro el sitio en mi cerebro que guarda los bits de tu memoria, pero han de estar tan ramificados, tan en todo lo demás como un cáncer malo, y me sería imposible, luego, decir mesa, silla, cielo azul, sol, yo, sin que sonara absurdo; vivir dejado a los vientos como un vegetal lavable.

Por todo eso, Eugenia, sí, Eugenia, lo digo otra vez, tu nombre, como cuando leíamos juntos ese instructivo libro de Sade de que eras personaje: por todo esto, tres veces Eugenia, (…), ya ni sé lo que te iba a decir…por todo esto, Eugenia, bueno, sí, andate a la mierda.

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