viernes, 30 de diciembre de 2011

UNA PESTAÑA


Como tener, tengo una mujer- diría él si le preguntaran al respecto, pero haría la salvedad de que ser tratado como basura por alguien en quien uno depositó todas las expectativas de su amor no es precisamente lo que se llama una relación satisfactoria. A veces ella lo hace dormir en el suelo, intenta caber en una alfombra ovalada muy sucia, como un perro, pero siempre despierta con los pies congelados, y en el xilofón de sus huesos toda la escala de los dolores posibles, incluyendo los sostenidos. No tiene el valor de abandonarla, eso es algo que perdió hace mucho tiempo, ahora es un incapaz y un cobarde-según ella, que algo de razón tiene- seguir ahí, encadenado al yugo, sufriendo diariamente todo tipo de humillaciones, mendigando lo que le será permanentemente negado, es prueba más que suficiente. Su aspecto es el de un ciruja, la barba apelotonada y mugrienta, el pelo igual, la ropa hecha una porquería, el olor y las tiritas, y a veces, cuando ella, por alguna razón siempre misteriosa -él que procura por todos los medios no hacerla engranar- se niega a ponerle en la mesa un plato de comida, sale un rato, revisa los tachos de basura y busca algo que echarse al buche, el hambre lo vuelve un ser infinitamente más desgraciado que de ordinario.

Ve pasar un gato ágil, musculoso, saludable y sabe que si le dieran las piernas iría tras él y de darle alcance se lo comería crudo, sin siquiera matarlo antes: le produce una melancolía infinita, del pasado, aquello en que la carestía ha transformado su presente; siente, a veces siente el sonido que hace su cuerpo al consumirse, es como el del papel de un cigarrillo, cuando la succión de la primera pitada lo quema hacia adentro; por suerte el gato es ligero como una nube y por fortuna también para él sus manos ávidas logran dar con una porción virginal de pastafrola; come con delectación, sentado en el cordón de la vereda, bajo la anuencia de las ralas estrellas que la iluminación excesiva de la ciudad, los pedos de las vacas en sus campos y la polución ambiental dejan ver.

Normalmente volvería a casa, pero el sabor del membrillo parece haberle dado ínfulas de libertad, alitas murciélagas de papel crepé, sigue un rato más, en cualquier dirección, quizá, con más suerte que miopía, en el horizonte imposible de lo que se le ponga enfrente, sea la sonrisa parca del mundo lo que vea, ese secreto que guarda. Encuentra una bolsa de mandarinas, descarta las glaucas-verdes; los gajos son dulces, el jugo corre frío por su boca, escupe las semillas al aire, recogen estas, en su parábola, un poco del brillo del cielo y se siembran, ensalivadas, en el césped cuidado de los vecinos.

Hay un senderito de pavimento, comido por la tierra y los pastos, su ondulación se le antoja una columna de humo gris, un kris filipino, subiendo desde un fuego pisoteado. Siempre lamenta no tener un papel a mano para anotar las dichosas confusiones de su ojo. Al final del senderito dual-pedestre y mágico- hay una casa. No ladran perros, expediente auspicioso, se acerca, ha ido dejando rastros de cáscara anaranjada de las infinibles mandarinas, por que sí, o para no perderse; recorre los jazmineros ebrios de perfumería, la blancura expande su corazón como algodón de palo borracho liberado de su crisálida negra, repleto de reproducciones germinales, a escala, de su propio sufrimiento.

Es eso una ventana abierta, se asoma, dentro duerme algo, es una chica joven, acaso una niña, su brazo cuelga fuera de la cama, viste una camiseta blanca, purísima, ajazminada, usa brackets y babea ligeramente su almohada; la cascada de su pelo ondula como el senderito que lo trajo y se vuelca detrás de la funda floreada. Él adopta al verla el ritmo crucero de su respiración. Intenta imaginar, acodado al marco de la ventana, por qué regiones se deslizará, qué galerías abrirá en el bloque increado de su sueño. Observa el cuarto, hay una lámpara que gira proyectando animalitos que corren por las paredes; mete un poco más la cabeza, aspira el aire con los ojos cerrados, a través de esa nariz bulbosa huele los artículos de limpeza, del tipo de los que rezan:”Campos de lavanda”

Cómo es que no tengo ya, piensa, la posibilidad de ser un chico en una casa como esta, de sacar a pasear a una novia como ella, recibir su perfume emocionante; se siente un monstruo de tristeza, merece un poco de aquel cariño que supo recibir cuando adoraba la sublimación de los átomos del cuerpo que producían los besos de las niñas en los cumpleaños del colegio, o aquella aventura, bajo las sábanas, con una nena de su edad, hija de una amiga de su madre, en cuya casa, por razones que aun hoy se le escapan, vivieron un tiempo.

Así deberían representar a los ángeles en las manoseadas estampitas, piensa, como niñas durmiendo, con aparatos de ortodoncia, a las que acudan, para purificar sus almas, los monstruos de la especie. Piensa en llevarse un souvenir de ese sitio que será sagrado mientras dure su sueño. Podría ser cualquier cosa, un fósforo, una pelusa, una pestaña; siente lo temerario de la empresa, son claras al respecto las leyes humanas: hay penas severas por introducir una pierna en una casa ajena; pero ya visualizó la pestaña negra, junto a su cara; tiene muchísimas graciosamente entreveradas en sus párpados, de donde todo indicaría se ha desprendido aquella en un otoño temático.

Ya tiene ambos pies puestos dentro, es un intruso declarado, un enemigo del régimen, un profanador. Se acerca, se cierne sobre el milagro; oye con mayor claridad el rumor marino que sale de la caracola de esa boca pequeña y el perfume entre dulzón y acre de su aliento, como brinco de liebre, rebaña su hocico de bestia, inapresable. Toma con la pinza de sus dedos la ébana pestaña, está tomándola; fuera se escucha el discurso de un hombre borracho; camina erguido, en cueros, a grandes trancos, tiene un torso formado, casi el ideal de un cuerpo de hombre; su cabeza está rapada, y sostiene unas botellas de vino con dos dedos de cada mano, ambas botellas pendulan a sus costados, parece enojado y habla un hermoso castellano paraguayo: “Y qué si te corto el cuello-dice a todos y a nadie- yo soy un producto de lo que mierda es este barrio”; él no puede, en su lugar de intruso, sino sentirse hermanado con el Endimión furioso que acaba de pasear delante de la casa su clara elocuencia. El paraguayo arroja como si fuera un tejo, con gracia infinita, una de las botellas vacías que estalla al segundo produciendo una inmensa conmoción de perros en toda la cuadra. Él gira su cabeza aterrorizada, la niña ha abierto los ojos, el santuario se ha derrumbado, lo observa sin comprender, cuando le llega el agua al tanque decodifica la visión y grita con toda su fuerza. Él besa furiosamente su grito y sale disparado por la ventana, a diez metros recibe una bala en el isquiotibial de la pierna derecha; trastabilla pero no se detiene. En la esquina, mareado, encuentra al paraguayo que sonríe con toda la bondad del mundo en su boca y le ofrece algo: es una mandarina hueca hecha con las cáscaras que él fuera arrojando, cuando era ese tipo ileso y desgraciado: las semillas son los escrupulillos de ese cascabel asordinado, y toda la hostilidad del universo, de este y cualquier otro, corriendo hacia mañana.

3 comentarios:

  1. arma...esos escritos tan hermosos sobre esps
    tan hermosos cuadros...tambien ..los escribiste
    bvos...?
    mas tulipanes turkesas y fuxias con hiliytos dorados y plateados...paravos y para mi tambien...porke soy tu lectora fascinada y cada vez mas hermosa y mas dulce despues de leerete..
    te sigo respetand muy muchiu...un absluto honoer leerte de verdead..
    n conozco a esos pintores tampoco son tan bellos como tou escritura..aussi...
    fantine...

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  2. armata...si podes esccribir mañana de nuevo...
    sl si podes y sikeres...nunca pero nunca por deber..slo por ...slo por eso ...a mime encantaria...
    ke sera...mañana...?
    igual espero....hasta cuando tu kieras volver a escubir...tu hermossura...
    milgracias...de verdad y me despido
    con jazmines...hasta mañana..talvez...
    fantine...otro honor te envio caballero escritr...

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  3. Gracias Priscila, comentario más lindo núnca se ha dejado....

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